La gran epidemia
Comenzó con unos cuantos casos aislados. A nadie parecía preocuparle demasiado y sin embargo, podía percibirse ya desde el inicio, algo extraño en el ambiente. Si la gente comenzó a alarmarse, fue cuando empezaron los avisos y los reportes continuos, la suspensión de las clases en todos los niveles, los eventos masivos. Recomendaciones de alejarse en la medida de lo posible de lugares muy concurridos, llevar una buena alimentación, evitar cambios de temperatura, no salir más de lo necesario y posteriormente, de protegerse las vías respiratorias con máscaras estériles, evitar el contacto físico innecesario, no abrir puertas o ventanas. Es cierto que si siempre se intenta disimular el número de casos y en especial el de muertes, en esta ocasión era un poco diferente, y aunque ya se hablaba de una epidemia, para algunos era bastante sospechoso que alertaran a la población por cien caso, pero que pronto se convirtieron en casi mil casos.
La intervención gubernamental al principio, promovió la vacunación inmediata, que posteriormente descartó y además recomendó evitar, ya que según se declaró, no serviría de nada, pues se enfrentaba a un virus distinto del que se pensaba originalmente y del que se comenzaba a rumorar que no había cura. La secretaría de salud por su parte, aseguraba contar con suficientes antivirales para atender a los pacientes infectados, aunque se dejaba notar, en medio de la paranoia que comenzaba a surgir, que lo hacían con la intención de tranquilizar al pueblo para evitar algún posible caos. Para cuando comenzaron a aparecer muertos en las calles, la gente ya tenía días escandalizada; el toque de queda, el bloqueo de fronteras, las maniobras de saneamiento por parte del ejército... que para contribuir aún más con el estado de pánico, se habían envuelto en trajes herméticos y rondaban las avenidas principales en camiones con órdenes de hacer lo necesario en bien de los que pudieran salvarse .No todo lo que se realizó allí podía transcribirse en informes. Por una parte, la intervención de las Naciones Unidas lo dificultó un poco. Hablar de una epidemia tal, ya se había hecho algunas veces, pero ninguna había llegado hasta este grado. Las medidas tomadas, por otra parte, para la resolución del conflicto y la preservación de la especie, no eran las más humanas, aunque según se diría más tarde, la liberación intencional del virus y la pérdida del control de este, si tuvieron un fin que, si no reivindicaba totalmente las acciones cometidas, se había hecho con el firme propósito de proteger a la humanidad mediante la investigación médica, además de que se había denunciado abiertamente la amenaza de una inminente guerra bacteriológica.
Se que de esto solo quedarán rumores. Que seguramente se dirá que murieron quinientas o seiscientas mil personas y no se conocerá la cifra realmente. Se habla de millones y sin embargo no se ha podido establecer una cifra siquiera aproximada de los que perecieron allí, pues muchos no lograron salir antes de darse la alerta final y el consecuente bloqueo. Contar unos cuerpos que ya no existen y de los que se evitó el registro para reducir siquiera mentalmente la angustia del resto del mundo, era imposible, tan solo quedaba calcular tal como se hará tal vez algún día para saber donde se encontraba exactamente la ciudad donde se dio el primer brote.